Los valores hay que enseñaros

Pepa y Carlos tienen tres niños de 7, 9 y 11 años, a los que adoran y con quienes pasan todo el tiempo que pueden. Sin embargo, están observando que, con cierta frecuencia, los niños mienten, no completan sus tareas y dan una versión demasiado adornada de cómo les va en clase. Lo peor es que cuando se les echa en cara, en lugar de reconocer que no han dicho la verdad, inventan nuevas historias y excusas con las que pretender cubrir las mentiras anteriores. El asunto tiene a sus padres preocupados y confusos. No entienden por qué sus hijos parecen incapaces de ser sinceros, ni siquiera cuando les pillan en una mentira, o de asumir la responsabilidad de sus actos.

Hoy en día, por lo general, se asocia el concepto de valores con el mundo adulto, no con la infancia. Cuando pensamos en los niños, acuden a nuestra cabeza calificativos como espíritus libres, inocentes, curiosos, libros en blanco, dependientes y otros términos por el estilo. Sin embargo, la mayoría de los padres asegura que quieren educar en valores a sus hijos. El problema, a menudo, es que no saben bien cómo transmitir de manera efectiva y práctica esos valores que ellos, como adultos, aprecian. Esto lleva, por lo general, a que los padres prefieran retrasar el momento de inculcar valores a sus hijos hasta que sean mayores y más maduros, o si empiezan a mostrar conductas que reflejan una falta de dichos valores.

En este mundo de cambios constantes, muchas familias ni siquiera tienen claro a qué se refiere el concepto de “valores”. En realidad, los valores son ideas y creencias que usamos para evaluar situaciones, tomar decisiones y elegir las acciones a emprender en cada momento. Los valores son las señales que encontramos a lo largo de nuestro camino y que nos indican qué está bien y qué está mal, qué se debe hacer y qué no, o qué es apropiado en cada momento y qué no lo es.

Lo cierto, por desgracia, es que retrasar la enseñanza de valores puede ser problemático. Los niños están intelectualmente preparados para aprender valores a lo largo de casi toda su vida. La clave está en enseñar estos valores de manera acorde a su nivel de desarrollo. Si se hace así, la enseñanza en valores puede comenzar desde que el niño cumple un año y continuar sin pausa hasta el final de la adolescencia. Es más: si los niños empiezan a aprender valores pronto, tendrán más tiempo de comprender realmente lo que significan esos valores en toda su profundidad, y no solo las acciones externas que llevan aparejadas. Además, los padres podrán reaccionar y reforzar esos valores firmemente en el entendimiento de sus hijos e hijas.

Cuando los niños aprenden tanto una conducta concreta como el valor que la sustenta, serán más capaces luego de poner en práctica esa conducta de forma autónoma. De hecho, hay muchos niños que se comportan de una manera cuando hay adultos delante y de otra muy distinta cuando creen que no les observan. Una razón por la que esto ocurre es que esos niños solo han aprendido que comportarse de cierta manera sirve para recibir aprobación y evitar que les regañen. Sin embargo, no han entendido que “portarse bien” es el reflejo conductual de un valor importante. La desconexión entre los comportamientos adecuados y los valores que subyacen tras esas pautas de comportamiento pueden resultar en que los niños se vuelvan impredecibles, lo cual les acabará causando problemas. Por tanto, para educar en valores es importante mostrar específicamente a los niños tanto las conductas adecuadas como los valores que subyacen tras cada una de ellas. Este proceso se irá tornando más complejo a medida que los menores crezcan, pero cada paso es necesario para cimentar el siguiente.

He aquí algunos ejemplos prácticos para empezar, según la edad:

Cuando los niños son pequeños, como mejor aprenden es con el ejemplo e imitando lo que ven hacer a sus padres. Por tanto, es buena idea que los padres expliquen en voz alta lo que hacen cuando actúan de acuerdo a los valores que quieren transmitir, de manera que los pequeños se dan cuenta, no solo de lo que están haciendo sus padres, sino del motivo por el que se comportan de esa manera. Por ejemplo, pongamos que mamá dice: “voy a recoger todo lo que he estado usando, para que así la mesa quede libre para otra persona,” mientras quita papeles y cartas de la mesa del salón. Con esta sencilla acción, la madre enseña a los niños los valores de saber compartir, ser responsable y respetar a los demás, ya que el niño observa cómo actúa ella y aprende por qué.

Con niños ya en edad escolar, es momento de que los padres identifiquen por su nombre los valores que van poniendo en práctica. En esta etapa, los niños aplican el pensamiento concreto y aprenden obteniendo información del entorno a través de los sentidos. Por eso, la mejor manera de educarles en valores es asociando experiencias personales de los niños a los valores deseados, y luego dándoles la oportunidad de ponerlos en práctica. Por ejemplo, en el caso de un niño que juzga las capacidades deportivas de otro, el padre explica lo siguiente: “ya sé que te parece que Jaime es malo jugando al fútbol, pero ten en cuenta que acaba de empezar, mientras que tú llevas años jugando. Además, ¿recuerdas lo que te dijeron otros niños cuando fallaste un gol el otro día y cómo te sentiste? Seguro que no quieres que Jaime se sienta igual por algo que tú le has dicho. ¿Por qué no intentas apoyarle un poco, para que se vea más seguro?” Con esta charla, el padre está mostrando empatía con el punto de vista de su hijo, pero también usa las experiencias vitales del chico para inculcarle valores de empatía, amabilidad y paciencia.

Al llegar a la adolescencia, los niños desarrollan el pensamiento abstracto, el cual les permite evaluar y reflexionar sobre ideas y temas que no han experimentado ni les han afectado en su vida. Esto supone que los padres pueden empezar a hablar con ellos sobre conceptos abstractos como el amor, la injusticia, los derechos o las obligaciones. Además, pueden guiar a sus hijos adolescentes en el proceso de evaluar esos asuntos, en base a los valores imperantes en la familia. Por ejemplo, permitiendo a los chicos que elijan la música que se pone en el coche y, luego, hablando con ellos sobre las letras de las canciones y lo que significan. Muchas canciones hablan de temas como sexo, drogas o violencia. En esos casos, los padres pueden usar la letra de esas canciones como punto de partida para entablar una conversación, preguntar a sus hijos qué piensan sobre esos temas y, según lo que respondan, guiarles hacia un refuerzo de los valores que reflejan el punto de vista de la familia. 

En resumen, las primeras lecciones en valores que damos a nuestros hijos cuando son muy pequeños conformarán el marco en que vamos a enseñarles a comportarse durante toda su infancia. Del mismo modo, los comportamientos aprendidos durante la infancia son la base sobre la que hablar, durante la adolescencia, sobre cómo aplicar esas conductas a todos los aspectos de la vida. En conjunto, esta labor pedagógica continua va a impulsar a los niños a aprender y asumir valores bien enraizados, que les servirán de guía en su camino hacia la madurez. Nunca es demasiado pronto para educar en valores a nuestros hijos e hijas. La clave es enseñarles de manera acorde a cada etapa de su desarroll. Asimismo, es importante identificar esos valores y perseverar en transmitirlos, para que nuestros hijos e hijas crezcan como personas de valores firmes.

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Sobre la Instructora
Paternidad Proactiva
Dra. Deanna Marie Mason PhD
Mas de 20 años de experiencia clínica ayudando a familias: Licenciada en Enfermería, Máster en Práctica Avanzada de Enfermería: Pedriatric Nurse Practitioner y Doctorado (PhD) en enfermería. Profesora universitaria, especialista en educación del paciente, investigadora pediátrica, colaboración con publicaciones científicas internacionales de primer nivel, actividad filantrópica continuada relacionada con la promoción de la salud y el bienestar, esposa y madre de dos hijos.

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